Jesús dijo a los fariseos: «Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Hasta los perros venían y le lamían las llagas.
»Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el infierno entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: ‘Padre Abrahán, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama’. Pero Abrahán le dijo: ‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y, además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros’.
»El rico replicó: ‘Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento’. Abrahán le dijo: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen’. Él dijo: ‘No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán’. Abrahán le contestó: ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán ni aunque resucite un muerto’».
«La lluvia de tu misericordia» © Difusión libre cortesía de Ixcís
«Calm» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
No puedo guardar mi vida
en una caja de seguridad,
ni en la cuenta secreta
de un paraíso fiscal,
ni entre paredes vigiladas
por cámaras y espejos,
ni en el frágil papel
de las crónicas de moda,
ni en la aprobación social
que pronto se evapora.
Yo solamente puedo guardar mi vida
en el corazón de los pobres,
en los cuencos de los ojos
que tantean las aceras,
en la inhóspita exclusión
de emigrantes sin papeles,
en la soledad helada
de los que viven entre rejas,
en el tedio de los últimos
que nadie roba ni codicia.
Porque ahí, en pobres, ciegos,
solos, últimos,
al entregar mi vida
donde se pierde,
la estoy guardando en ti,
Dios pobre y cercano.
(Benjamín González Buelta)