Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los jefes de los fariseos para comer y ellos le estaban observando. Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: ‘Deja el sitio a éste’, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba’. Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».
Dijo también al que le había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos».
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Te acusaban de comer con cualquiera.
Corruptos, pecadoras públicas, extranjeras
se sentaban a tu mesa
y les acogías con ternura.
Cómo molestaba eso a quienes se creían puros.
Cómo te molesta
que hoy tantas personas
se sientan rechazadas en nuestras comunidades.
Te sientas el último
para acoger a quien llega al final, con vergüenza.
Tu identidad divina nunca fue barrera
siempre fuerza de salvación.
Rompías los protocolos de pureza y honor
para que nadie se quedara fuera.
Ayúdanos a ser como tú
que en nuestra mesa no falten los pobres
las excluidas, los abandonados,
que no olvidemos que nos esperas en los últimos puestos.
(Javi Montes, sj)