Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa.
Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres.
Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude».
Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».
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Se nos pelean, dentro,
Marta la infatigable,
y María, la silenciosa.
La que sirve, se lamenta:
Nadie ayuda,
mucho esfuerzo,
poco aprecio.
La que escucha, se exaspera:
Malas caras,
exigencias,
nunca hay tregua.
Si en lugar de luchar bailasen,
¡qué fiesta!
Que baile el servicio con el sentido,
la eficacia con el encuentro,
el deber con la gratuidad.
Que la palabra sea lluvia
cayendo sobre la entrega.
Que la misión sea respuesta
a una palabra de amor.
Que la compasión no pase factura,
ni un abrazo negocie caricias de vuelta.
La música está sonando
pero a veces hay que pararse
y atender
como por vez primera.
(José María R. Olaizola, sj)