Jesús les hablaba acerca del Reino de Dios, y curaba a los que tenían necesidad de ser curados. Pero el día había comenzado a declinar, y acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado». Él les dijo: «Dadles vosotros de comer». Pero ellos respondieron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente». Pues había como cinco mil hombres.
Entonces Él dijo a sus discípulos: «Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta». Hicieron acomodarse a todos. Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para que los fueran sirviendo a la gente. Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos.
«I Giorni» © Permisos pedidos a Ponderosa Music&Art
Si es que basta muy poco
para llenar los cestos
cuando abunda la gracia.
El eterno drama
tiene que ver
con el cálculo,
con la reserva
y el por si acaso.
Se nos ha instalado
en el alma
la desconfianza,
la sospecha, la supervivencia,
la rivalidad absurda.
La tragedia es que hay
pan para todos, oculto
bajo la pompa y la gala.
Cuando alguien descubre
esta verdad sencilla,
carga desde entonces
con la cara y la cruz;
el júbilo de un bien posible;
la impotencia al chocar
con los muros
erigidos por siglos de temor
e inercia.
Pero, al menos sabe
que nunca estará solo,
en la lucha
por el pan
de todos.
(José María R. Olaizola, sj)