Así dice la sabiduría de Dios: «El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas. Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada. No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe. Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales. Cuando ponía un límite al mar, cuyas aguas no traspasan su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres».
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Anhelo vivir en el nombre del Padre:
confiar todo lo que soy y tengo en sus manos,
y experimentar al otro no como un extraño,
sino como un hermano.
Sueño vivir en el nombre del Hijo:
poner en el centro de mi corazón a Jesús
y andar de acuerdo con su Evangelio
hasta entregarme con brazos abiertos.
Deseo vivir en el nombre del Espíritu Santo:
dejar que su soplo guíe y empuje mi andar,
y su fuego encienda en mi alma pasión por el reino.
Quiero ser artesano de comunión y unidad
con todos y en todas partes allí donde me encuentre,
y, así, ser imagen y semejanza del Dios Comunidad.
(Fermín Negre)