Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa.
Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?». Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis».
Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.
«Una historia regalada» © Difusión libre cortesía de Ixcís
«Reverie» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Betania,
lumbre para quien sufre
soledad en el alma;
nido para quien vuela
con alas, pero sin casa.
Betania,
hogar para quien anhela
compañía y una manta;
fogón para quien añora
comida cálida y cercana.
Betania,
refugio para quien se siente
perdido en la noche;
hombro para quien llora
su mal de amores.
Betania,
banquete para quien está falto
de risas y abrazos;
y perfume para quien deambula
con pies fatigados.
Quiero ser Betania,
casa abierta,
para todos y sin puertas,
sin preguntar
por identidades y procedencias.
Quiero ser Betania
y así acunar
soledades y tristezas.
(Fermín Negre)