En una ocasión, Jesús estaba a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre Él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para pescar». Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían.
Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.
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Me da vértigo oír tu llamada,
me veo tan indigno.
No doy la talla,
me agobia no llegar,
decepcionarte.
Me intento escabullir,
hacerme el sordo,
buscar excusas.
Y cuando más agobiado estoy,
cuando más duele no responder,
cuando peor me siento…
me doy cuenta de que ya estoy,
ya soy parte de los tuyos,
ya me has tomado tú.
No depende de mí
y tengo que volver a aprenderlo
Eres tú quien me llama
y quien me da fuerza para responder.
Solo tengo que soltar,
dejarme llevar por ti,
no dejarme de tu mano
y cada día lo olvido.
Por eso me pierdo,
por eso me siento solo
y solo tengo que parar,
mirarte,
o sentir el tacto de tu mano
en la mía.
(Javier Montes, sj)