Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos. Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy».
«Vivir es ir poniendo el corazón» © Permisos pedidos a Assisi Producciones
«Passions and Fantasies for solo piano» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Eres pan universal
que bajaste del cielo
subiendo desde el surco,
y eres levadura inquieta,
disuelves eternidad entre la harina
y llenas la vida de preguntas.
Eres horizonte que nos llama
hasta lo más hondo del deseo
desde la creación en ti reconciliada,
y eres camino que se estrena
en el sendero más pequeño
que te busca saliendo de sí mismo.
Eres fuego inextinguible
que nos hace luz en ti
y nos quema lo que estorba,
y eres el agua de la vida
que mana sin prisas en mi pozo
y alienta rostros y desiertos.
Eres el viento impetuoso
que hincha las velas de audacia
sobre el mar encrespado de amenazas,
y eres brisa suave y tierna
que se sienta en el fondo de mi barca
y acaricia la piel arada de salitre.
(Benjamín G. Buelta, sj)