Hermanos: Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Alégrate, pero no con el júbilo engañoso de un estallido de luz fugaz
ni con el entusiasmo festivo del instante del triunfo.
No con la risa fácil de una comodidad sin camino,
ni con una exaltación instantánea, gestada entre la evasión y el estímulo.
Alégrate, sí, pero no con el egoísmo indiferente del ande yo caliente,
ni con la alegría vencedora que necesita tristezas ajenas para existir.
Hay otra manera de celebrar el amor, la vida, la fe y el encuentro.
Se cocina al fuego lento de la experiencia y la sabiduría.
Lleva como ingredientes la fe, las búsquedas y el tiempo.
No ha de faltar en ella la mezcla de días radiantes y días grises.
Alégrate con ese gozo que nace en el manantial más profundo,
allá donde brotan nuestros anhelos que han de atravesar la historia
para desembocar en su abrazo eterno.
(José María R. Olaizola, sj)