En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios».
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Preparad el camino al Señor.
Armaos con un mazo
que derribe muros
tire rencores
y abra paso a la luz.
A voz en grito
salid a la calle,
y decid
que el amor viene,
para ser bandera.
Abrid los ojos
para reconocer
la grandeza del universo
contenida en un ‘sí’.
Atended, y escucharéis
una Palabra plantada
en el corazón de la tierra.
Y después,
haced que el grito
la mirada
y la palabra
se conviertan
en profecía
tan necesaria.
(José María R. Olaizola, sj)