Viendo Jesús la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos».
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«Sancta Camisia» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Un buscador de verdades.
La espantadora de penas.
El arquitecto de sueños,
el soñador de belleza.
La abrazadora de enfermos,
el profeta en una guerra.
El juzgador de ojo justo,
y la maestra sincera.
El hacedor de vacunas,
el perdonador de ofensas.
Un poeta que, discreto,
con versos derriba puertas.
La pintora de utopías,
el forjador de inocencia.
Un hombre cuyas arrugas
atesoran risas viejas.
En su memoria,
y en la de tantos otros,
solo nos cabe dar gracias.
¡Gracias! ¡Amén!