En mi aflicción clamé al Señor y me atendió;
desde el vientre del abismo pedí auxilio, y escuchó mi clamor.
Me arrojaste a lo profundo en alta mar, me rodeaban las olas,
tus corrientes y tu oleaje pasaban sobre mí.
Yo dije: «Me has arrojado de tu presencia;
quién pudiera ver de nuevo tu santo templo».
Cuando se me acababan las fuerzas me acordé del Señor;
llegó hasta ti mi oración, hasta tu santo templo.
«Hope» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
En tu aflicción, cuando estabas más herido, clamaste a mí, y yo te atendí.
Desde el pozo más profundo, cuando no veías salida, pediste auxilio, y yo te escuché. No hacías pie, sentías que ibas a ahogarte, y tenías la sensación de que yo te había puesto en esa situación. Decías que yo te había abandonado, que te había alejado de mí, y querías verme de nuevo. Pero yo sabía que deseabas encontrarme. Hasta mí llegó tu oración –siempre llega– pidiendo verme de nuevo. Se te acababan las fuerzas, y aunque aún no lo sabías, yo te escuchaba. Yo nunca te abandono.
(Adaptación libre RV)