Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará». Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?»
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».
Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».
«Ante la cruz» © Autorización de San Pablo Multimedia
Se te ha dicho:
Sé siempre el primero.
Saca las mejores notas
en la escuela,
y rompe con tu pecho
la cinta de la meta
en toda competencia.
Que no veas a nadie
delante de tus pasos
ni se sienten delante
de ti en los banquetes.
Asombra a todos los amigos
luciendo el último invento,
caros juguetes de adulto
para despistar el tedio.
Que sólo el peldaño más alto
sea el lugar de tu descanso.
Pero La Palabra dice:
Siente la mirada de Dios
posarse sobre ti,
porque él alienta
posibilidades infinitas
en tu misterio.
Despliégate todo entero
sin trabas que te amarren,
ni el miedo dentro,
ni los rumores en la calle,
ni la codicia del inversor,
ni las amenazas de los dueños.
Y no temas sentarte
en una silla pequeña
con los últimos del pueblo.
Allí encontrarás la alegría
de crear con el Padre
libertad y vida para todos
sin la esclavitud de exhibir
un certificado de excelencia.
A la hora de crear el Reino
los últimos de este mundo
pueden ser los primeros.
(Benjamín González Buelta, SJ)