Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en la barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» Entonces se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!» El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «Pero ¿quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»
«Tierra nueva de la Trinidad» © Difusión libre cortesía de Colegio Mayor José Kentenich
«Dry Fig Trees» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
La oscuridad que atenazaba al niño que fui
la soledad que hiela la piel sedienta de caricias
el lugar donde viven los miedos innombrables,
el silencio que aplasta.
Donde nunca he dejado entrar a nadie.
Los sueños que sé que nunca se cumplirán.
Los trozos de mi imagen rota retumbando al caer.
Los amores no correspondidos, ignorados, burlados.
El cuerpo que comienza a fallar
desvelando una fragilidad traidora.
Donde me siento tan solo que ya no oigo
a mi corazón latir ni a mi pecho respirar. Ese silencio.
Justo ahí, donde nada parece poder vivir,
escucho tu voz.
Que calma la tormenta
que sana la herida abierta
que me llama a mí, por mi nombre
que traspasa todas las barreras.
Y ya no es posible el silencio.
(Javi Montes, sj)