El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?» Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: ‘El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?’ Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena».
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo». Tomando una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».
Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.
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Haz, Señor, que mi vida se transforme en Eucaristía,
y que contigo, como el pan en las manos,
pueda salir al encuentro de quienes han perdido la esperanza.
Que sepa llevar tu buena noticia,
tu evangelio que es palabra viva que transciende.
Que sepa ofrendar aquello que he recibido gratuitamente,
como don de tu amor.
Haz, Señor, que mi vida se haga común-unión con todos los hermanos,
escuchando, cuidando, amando y dejándome confrontar por ti,
que configuras mi vida a tu modo.
Común-unión que sea abrazo, mirada amorosa, vida partida y repartida.
Asumiendo la cruz y la resurrección.
Envíame para que el pan de la eucaristía, que se parte y reparte,
acontezca en lo cotidiano, en lo sencillo.
Y que contigo coopere a que la mesa del Reino
sea lugar de todos y todas.
(Gilberto Sanabria Ravinovich)