Un día más, Jesús quiso enseñar algunas verdades a sus amigos, utilizando una historia. Les dijo:
Había un hombre rico que comía grandes banquetes y vivía a cuerpo de rey. En la puerta de su casa había un hombre pobre, enfermo, y hambriento, llamado Lázaro. Pedía ayuda, pero no le daban ni las migajas. El mendigo murió y fue al cielo. El rico también murió, y fue al infierno. Y desde allí, mirando hacia lo lejos, vio a Lázaro en el cielo. Entonces le dijo: «Por favor, ayúdame».
Pero Abraham, que estaba en el cielo con el mendigo, le dijo: «¿No ves que tú ya lo tuviste todo en vida? ¿No te acuerdas de lo mal que estaba este hombre, y no le hiciste ni caso?» El rico se dio cuenta. Y se arrepintió de no haberle prestado más atención. Entonces dijo: «¿puedes, por lo menos, avisar a mis hermanos, para que no cometan el mismo error que yo?»
Abraham le dijo: «Pero si ya lo han oído mil veces».
El rico insistió: «Es que si se lo dice un muerto lo creerán».
Abraham le dijo: «Mira, todos saben ya lo que Dios quiere: que las personas cuiden unas de otras, que abran el corazón a los más pobres, y que compartan sus riquezas. Si no lo entienden, es porque no quieren».
Tú ya sabes lo que Dios quiere:
tienes que valorar lo que tienes,
que cuides a los otros,
que compartas tus riquezas,
que seas feliz con los otros.