Siempre que podía, Jesús intentaba explicar a sus amigos cómo tenían que vivir para trabajar por el reino de Dios.
Un día les explicó que hay que estar vigilantes y atentos. Porque las cosas de Dios aparecen cuando menos te lo esperas. Les propuso una imagen: Cuando valoras mucho una cosa, o una persona, o un lugar, eso es tu tesoro. Y donde pones tu tesoro, allí pones el corazón. Por eso, les decía que ellos tenían que tener el corazón puesto en las cosas de Dios.
Y les decía también que tenían que ser como un vigilante nocturno. Le contratan para prestar atención a lo que ocurre, no para quedarse dormido. Imagina que llega el dueño de la empresa, y se encuentra al vigilante dormido. ¡Qué mal! En cambio, si está preparado, con las llaves dispuestas, con todo listo, el dueño quedará contento.
Pues Dios quiere confiar en cada uno de nosotros mucho más que eso. Pero es importante poner el corazón en las cosas de Dios.
Cambia mi corazón.
Limpia en mí la maldad,
lo que no pueda hacer
de mi error muéstrame.
Guárdame para ti.
Dame tu santidad.
En pureza y verdad yo te quiero esperar.
Mi lámpara llena de aceite,
mis vestidos sean relucientes,
esperando pacientemente
que vuelvas por mí.
Como una novia
que espera y no desespera,
que guarda su alma,
que no la entrega,
grita enamorada:
«Ven, Señor Jesús».
Porque los demás necesitan de mí…
Porque así estoy acercando el Reino del que hablaba Jesús…
Porque hay muchas cosas que descubrir…
Porque en cualquier momento puedes pedir mi ayuda…
…estaré despierto.