Jesús estaba contándole a la gente cómo es el Reino de Dios. La gente disfrutaba oyéndole, tanto que a veces se les pasaba el tiempo sin darse cuenta. Además, Jesús curaba de sus enfermedades a muchos. Estar con él era como una gran fiesta. Pero aquel día había tanta gente que se les hizo tarde sin darse cuenta. Ya era casi de noche, y la gente no había traído nada para comer. Entonces los amigos de Jesús le dijeron: «Oye, diles que se vayan a sus casas, o a los pueblos de cerca, porque aquí no hay nada para cenar». Jesús les dijo: «¿Cómo los voy a mandar a sus casas a estas horas con el estómago vacío?
Dadles vosotros de comer». Lo miraron como si estuviera loco. Porque había muchísima gente, y ellos solo tenían cinco panes y dos peces. Se los enseñaron a Jesús, como diciéndole que con eso no daba ni para empezar. Pero Jesús los mandó callar y les pidió que juntasen a la gente en grupos. Y mientras lo hacían, el bendijo la comida y la empezó a partir y a poner en cestos. Y cuanto más daba, más había. Al final, hasta sobraron doce cestos.
Jesús, tus ojos miran con cariño.
Que mis ojos sean como los tuyos.
Tus oídos escuchan al que pide ayuda.
Que mis oídos sean como los tuyos.
Tu corazón sufre con los que sufren.
Que mi corazón sea como el tuyo.
Tus manos acarician a todos.
Que mis manos sean como las tuyas.
Tus pies te acercan a los más pobres.
Que mis pies sean como los tuyos.
Dame de comer tu pan,
dame de beber de Ti,
calma mi hambre y mi sed.
Que yo no quiero morir.
Dame de Tu ser la luz.
y renovarás mi fe.
Y en espíritu y verdad
Postrado te adoraré.
Dame de comer tu pan,
dame de beber de Ti,
calma mi hambre y mi sed.
Que yo no quiero morir.