Por fin llegó el día en que Jesús se iba a ir del todo. Así que les recordó, por última vez, todo lo que habían vivido juntos en los últimos años. Y les contó que todo eso ya lo habían anunciado los profetas. Quería que entendieran que él era el Mesías. ¿Qué es eso del Mesías? Pues el que traía la libertad de Dios al mundo. Sus amigos por fin lo entendían. Y les dijo: «Os nombro mis testigos. Tenéis que contar lo que hemos vivido juntos a todo el mundo. Y os mandaré pronto mi Espíritu para que os dé fuerzas y valentía».
Entonces los llevó con él fuera de la ciudad, en dirección a Betania, y les dio una bendición muy solemne, deseándoles lo mejor. También les dijo que volvieran a la ciudad hasta que les enviara su Espíritu. Y entonces se fue separando de ellos, como yéndose al cielo. Y cuando se dieron cuenta, ya no estaba.
Pero no estaban tristes, aunque Jesús no estuviera con ellos. Ahora se sentían muy felices, porque por fin habían entendido a su amigo.
«Cómo te podré pagar. » © Difusión libre cortesía de Brotes de Olivo
¡Qué bello es anunciar sobre los montes tu palabra!
Gritar entre las gentes que es posible tu evangelio.
Ser carta de Dios que escriba cada día
que todos hemos de ser tu gran familia.
Envíame, envíame, tu paz y tu alegría.
Envíame, envíame, tu impulso y tu esperanza.
Que siembre tu semilla en medio del dolor
y la violencia que deshace las sonrisas.
Hoy siento que mi amor no ha de quedarse sólo en mí.
Siento que, de no darse, se pudriría en mis entrañas.
Hoy quiero cantar, gritar en cielo y tierra
que siento en mi pobreza una gran fuerza.