Mc 4, 35-40
Un día, al atardecer, Jesús les dijo: «Pasemos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, tal como estaba; e iban otras barcas con él. En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. Él estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despertaron y le decían: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» Él se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla, enmudece!» El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: «¿Por qué tenéis tanto miedo? ¿Aún no tenéis fe?»
Quien tenga miedo
Quien tenga miedo a andar, que no se suelte de la mano de su madre;
quien tenga miedo a caer, que permanezca sentado;
quien tenga miedo a escalar, que siga en el refugio;
quien tenga miedo a equivocarse de camino, que se quede en casa...
Pero quien haga todo eso ya no podrá ser hombre,
porque lo propio del hombre es arriesgarse.
Podrá decir que ama, pero no sabe amar,
porque amar es ser capaz de arriesgar por otros.
(Julián Ríos)